North Point Cast; Entrevista #001 Gargufo
¿Sabías que en North Point también hacemos podcasts?
Sí, además de ropa, Pop Ups y movidas con la comunidad, también tenemos nuestro propio espacio donde hablamos con gente real que forma parte del universo NP. Artistas, riders, DJs, creativos… personas con historias auténticas y perspectivas que inspiran.
Aquí encontrarás las versiones redactadas de cada episodio: todo lo que se habló, sin perder el rollo ni los detalles.
Arrancamos el primer capítulo con Gargufo, que nos contó su camino, su visión y un montón de cosas que no te quieres perder. Y esto es solo el comienzo.
Fausto: Vamos a comenzar dando la bienvenida a los espectadores, porque esta es la primera edición, emisión y grabación del podcast de North Point, el North Point Cast. Y la vamos a iniciar con Gargufo.
Gargufo es un artista emergente, que viene fuerte, y me hace mucha ilusión entrevistarle. Yo voy a presentarme también: soy Fausto Ramírez, fundador de North Point desde hace unos cuantos años, unos 32, pero aquí seguimos; cuando nos va la marcha, nos va la marcha.
Siempre he pensado que eso de “quemar la hierba” nunca muere, y encima nos gusta el campo. Así que hemos traído del campo, del verde de Gijón, a Gargufo, para que nos hable de su vida, su obra, sus ilusiones, su futuro, sus expectativas… lo normal en un joven de veintipico.
Gargufo: Puedes decirlo, ¿eh?
Fausto: Y aquí estamos, aquí comenzamos.
Gargufo: Muchas gracias por invitarme. Yo encantado de estar aquí, de poder soltar un poco la chapa con mis movidas. Primera vez aquí bajo los focos, y a ver cómo lo hacemos.
Fausto: Pues bien, porque es cuestión de familiarizarse. Es como la primera vez que alguien coge un bote y dice: “¿Y cómo se hace para que la boquilla pinte si no he quitado la arandela?”. Y el camión me dijo: “Oye, chavales, que esto no pinta”. Parece que hay que quitar la arandela, ¿no?
Siempre hay una primera vez: a veces sale bien y a veces sale aún mejor.
Gargufo: Claro, y hay cosas que tienen una curva de aprendizaje más sencilla y otras menos. El bote, por ejemplo: cuando lo pillé por primera vez y le di, me acuerdo de pensar “¿qué es esto?”. Veía a la gente hacer trazos y yo decía: “Si yo cojo esto y explota aquí…”. Pero luego lo consigues. Cuando lo manejas ya es otra cosa.
Fausto: Pero antes que el bote habrás cogido otras cosas, ¿no? De niño habrás cogido un lápiz, un carboncillo, una tiza…
Gargufo: Claro. El spray llegó más en mi adolescencia. Yo llevo dibujando desde crío; las primeras herramientas fueron lápices y similares. A mí me gustaba mucho el Pilot, los bolígrafos de tinta líquida.
Fausto: Sí, porque deslizan muy bien.
Gargufo: Sí. Mi padre siempre los tenía, porque es profesor de electrónica y para dibujar circuitos en los papeles usaba bolis Pilot.
A mí me encantaban. Creo que no he dibujado tanto con otra cosa como con el Pilot. Mis primeros años fueron casi todo con Pilot. No me gustaba otro.
Fausto: Otros tuvimos que utilizar los colores Alpino, de mina.
Gargufo: Sí. Pero el Pilot tenía eso: la facilidad con la que el trazo se deslizaba.
Ahora lo cojo y ya me parece poco, porque estoy acostumbrado a los Posca y todo esto. El Posca desliza todavía mejor; como es una pintura más consistente, fluye más. Ahora el Pilot se me engancha y, además, el trazo es muy finito. Para llenar una hoja con un Pilot te eternizas.
Fausto: Claro, es que hay que encontrar lo adecuado para cada soporte y textura. No es lo mismo papel, pared, madera, carboncillo o una hoja satinada.
Gargufo: Eso es, para cada textura.
De pequeño, lo que caía delante era lo que usabas.
Fausto: Efectivamente.
Gargufo: Yo nunca fui muy de colores. De pequeño ya me di cuenta de que lo mío era el blanco y negro, el negro sobre blanco. Porque pintar a color no es lo mismo que dibujar; para el color hay que saber pintar.
Fausto: Sí, es cierto. Una cosa es el trazo, como cuando en el cole pintábamos tanques con bolígrafo, y otra el relleno y el color.
De todos modos, a ti el trazo siempre te ha podido.
Gargufo: Sí, sin duda. Todo lo que he ido haciendo ha girado alrededor del trazo, más grueso o más fino, pero siempre el trazo. Es mi lenguaje.
Hay gente que es más técnica a la hora de pintar: más pintores que dibujantes. Yo me considero mucho más dibujante que pintor. Para mí, el dibujo es lo esencial, y el trazo es el medio del dibujo. Debajo de una gran pintura, de un óleo, siempre hay un dibujo, unas líneas.
Con el carboncillo y demás sí hice cosas de pequeño, pero todo ha ido llegando. Vas dibujando y, como eres muy de trazo, llega un momento en el que ves superficies con huecos blancos y empiezas a jugar con tramas. Y para hacer una buena trama tienes que tener conocimiento de volumen, que te lo da el dibujo.
Yo, al menos, llegué por ahí. Si vas a hacer una trama en un brazo, tienes que dar las pinceladas siguiendo el volumen del brazo, para poder sombrear bien.
Fausto: Yo he observado en tu obra que dominas muy bien la perspectiva.
Eso muchas veces tiene formación: escuela, estudios de pintura, dibujo, puntos de fuga, luces… ¿La primera vez que hiciste cosas en perspectiva te salieron del tirón? ¿Ya de muy pequeño? ¿Cómo fue tu evolución ahí?
Gargufo: Esa parte es curiosa. A mí nadie me enseñó perspectiva. Lo aprendí yo solo, dibujando.
Es verdad que tengo dibujos de cuando tenía seis o siete años con perspectiva, y eso es raro; un niño a esa edad normalmente no trabaja volúmenes ni espacios.
Como he dibujado toda la vida, para mí fue algo natural y ni sé muy bien cómo lo aprendí. De pequeño ya hacía escorzos. Dibujaba personajes con la mano hacia delante y el brazo detrás, generando profundidad.
Fausto: ¿Hacías tres dimensiones?
Gargufo: Sí. Y a esa edad muchos niños ni siquiera son capaces de cortar una figura cuando pasa delante de otra, no llegan ni al “formato egipcio”.
Lo de la perspectiva… me acuerdo especialmente de la historia del tren, que creo que la conté el otro día.
Fausto: Cuéntala de nuevo, que eso se ha perdido.
Gargufo: La historia del tren está guapa. Yo tenía un profesor de música en el colegio que nos hizo dibujar un tren con notas de música, donde cada vagón eran rectángulos con notas dentro. Lo dibujó así en la pizarra, todo plano.
Todos los niños lo copiaron tal cual. Cuando vino a ver el mío, yo, con 6–7 años, lo había dibujado en perspectiva hacia el horizonte. La cabina en perspectiva y, en primer plano, una cabeza de vaca, un cactus… Una composición con profundidad.
A este profesor le impresionó mucho que, con esa edad, hubiese dibujado así y llamó a mi madre. Mis padres siempre habían tomado lo de dibujar como algo natural: “el niño dibuja”, sin más. No digo que no le dieran valor, pero tampoco sabían de arte; veían que se me daba bien y ya.
Él fue quien les dijo que le sorprendía que yo dibujara en perspectiva y, desde entonces, en sus clases de música me dejaba dibujar todo lo que quisiera. Gracias a él hice mi primera exposición, porque se volcó conmigo.
Se llamaba José Lorenzo (que en paz descanse). Desde aquí le mando un saludo.
Fausto: Es muy importante el tipo de profesores que uno tiene en la infancia, los que te entienden, te dan cobijo, no te frustran, te alientan.
Gargufo: Sí. Le tengo un recuerdo muy potente. Yo era un niño y no entendía del todo lo que él hacía por mí; yo estaba a lo mío, dibujando.
Recuerdo perfectamente lo que me dijo el día que me fui del colegio. Me dio la mano y me dijo: “Quizás tú y yo no éramos tan diferentes”. Eso se me quedó para siempre.
Fue la última vez que hablé con él, porque luego falleció. Y cuando murió, yo era un chaval, pasaba de todo y no había reflexionado sobre todo lo que había hecho por mí: la exposición, el tren, todo. De eso tomé consciencia después.
El día del funeral yo estaba con mis amigos y pensé: “Si ya está muerto, da igual que vaya o no”. Y no fui. Me arrepiento muchísimo.
Quiero pensar que las energías al final confluyen y se encuentran. Y desde aquí le honro, porque ahora soy consciente de lo raro e importante que es que un profesor te dé ese apoyo.
Fausto: Es una reflexión de madurez. Cuando uno es un chaval de 15–16 años, la rabia y la contraposición con los adultos pesan mucho. Luego la vida te hace verlo desde otro ángulo.
¿Fueron iguales todos los profesores que tuviste? No es lo normal.
Gargufo: No, para nada. Este hombre fue la excepción.
En el colegio, aún siendo público, éramos pocos y te conocían por nombre, conocían a tus padres; era un trato más cercano.
Cuando llegué al instituto cambió todo. Éramos tropecientos mil, otro rollo. Aquello era la selva: chavales de todos los barrios, mucho caos, y un sistema muy rígido.
Yo llegué sin saber qué esperar y me sentí como con una bota en la cabeza: filas, grupos, orden, la sirena… Todo el lenguaje de control para que no se les desmadre el “rebaño”.
Entiendo que los niños pueden convertir un aula ordenada en un caos en cinco minutos, y ellos tienen que lidiar con eso. Pero yo, al vivirlo, lo sentía opresivo.
Fausto: ¿Cómo superaste esa etapa de instituto? ¿Cómo acabó?
Gargufo: Nada más llegar, no sé por qué, colgué una silla en un perchero. A partir de ahí ya no hubo retorno. Me mandaron a dirección el primer día.
Fliparon porque mi hermana, cuatro años mayor, era la típica alumna perfecta: muy buenas notas, muy aplicada. Y de repente llego yo.
No es que quisiera “voy a liarla”, pero la cosa fue por ahí.
Yo tengo el dibujo como algo natural. Si tengo bolis y papel, voy a dibujar. Si quieres torturarme, átame las manos. No puedo tener eso delante y no dibujar.
En el instituto llegaban profesores carcas, sin ganas, a soltar su chapa soporífera. Todo el mundo mirando el reloj, y yo me ponía a dibujar. Y no les parecía bien: decían que era una falta de respeto, me llamaban la atención. Preferían que estuviera ahí, babeando como el resto, a que estuviera dibujando. Yo pensaba: ¿qué sentido tiene esto?
Fausto: Venías de otro entorno donde nadie te había boicoteado.
Gargufo: Claro. En el colegio, salvo alguna excepción, nunca sentí ese bloqueo. En sexto de primaria también hubo algún profe que no me dejaba dibujar, pero el margen era distinto. En el instituto ya es tu hoja, tu examen, tu silla.
Fausto: En el instituto se cargan cualquier cosa que rompa la norma. Si algo brota, lo cortan.
¿Y los robots? Porque son muy característicos en tu obra.
Gargufo: Los robots han estado conmigo desde siempre. Tengo dibujos de robots desde muy pequeño. No sé exactamente qué vi o qué me marcó, pero hay una película que me encantaba: “El gigante de hierro”.
Va de un niño en Estados Unidos en los años 50 al que le cae del cielo un robot del espacio exterior. No es de Disney, creo que es de Pixar o de otra productora, pero es una película increíble.
El primer plano es un marinero en el mar, cree ver un faro y, cuando gira, son los ojos del robot. El barco se choca contra él. Es brutal.
El robot es noble, pero en un momento se le cruza el cable y saca un lado destructivo, como un “Transformer” con corazón. Esa película me marcó mucho.
A mí no me gustaban tanto las pelis infantiles clásicas de Disney. Esta sí.
Súmale a eso que mi padre desmontaba aparatos, cables, electrónica… Yo creo que todo eso se juntó. Me encantaba dibujar robots, imaginar cómo serían.
Dibujar desde la imaginación me flipa porque ahí todo es posible. Una foto es una foto; la imaginación es todo lo que puedas imaginar.
Fausto: Hablando de imaginación, tengo la suerte de tener en mi oficina dos cuadros tuyos enormes que son una cronología de tu vida. Ahí están plasmadas vivencias: el malestar en el cole, la presión, la rabia interna, el momento de decidir marcharte a Barcelona…
Si tuvieras que explicar a alguien lo que está concentrado en esos dos cuadros, ¿cómo lo harías?
Gargufo: Los cuadros se llaman “Automecanografía 1 y 2” y van por partes.
La primera pieza cuenta desde que nazco hasta más o menos los 16 años, cuando me echan del instituto: mis años de colegio, la ESO, todo ese proceso.
Fausto: ¿Cómo canalizas la rabia del colegio? ¿Te pareció injustificado? ¿Sentiste que había premio por algún lado?
Gargufo: Me habría gustado que el sistema educativo hubiera sabido aprovechar y ver las luces que yo tenía, que me hubieran canalizado. Un sistema sano lo habría hecho.
Yo llevaba toda la vida haciendo arte y tenía esa idea de que allí podría dibujar. En ese sentido, para mí estaba mal.
Entiendo que desde su punto de vista podía molestar que yo no siguiera el guion de clase. Pero a mí me generó mucha frustración y rabia chocarme contra ese muro.
Con los años, esa expulsión se ha convertido en orgullo. Para mí es como una bandera. Lo viví como un título: “Me echaron por contestatario e incómodo”. Ese es mi título bueno.
Fausto: Eso tiene fondo. Yo también lo he vivido: no encajar en el estándar que quieren.
El sistema no soporta bien las individualidades o las personas creativas. Si no encajas, te expulsa. A veces eso te puede condenar, pero otras se convierte en el motor de superación.
Gargufo: Con los años creo que fue lo mejor que me pudo pasar, aunque en su momento fue muy convulso. Mi familia lo pasó mal. No fue bonito ni en casa ni fuera; hubo broncas.
Pero gracias a eso no me quedé allí “aguantando bachiller porque son solo dos años más”. Si haces eso, luego vienen otros dos años de algo que tampoco te convence, y otros, y otros…
Al final te pasas la vida haciendo lo que “toca”, lo que el resto espera de ti: “pues lo hago, pues lo hago…”, y cuando miras atrás te preguntas si hiciste lo que querías o lo que querían los demás.
Yo tenía claro que no quería vivir así. No sabía que acabaría en Cataluña, no sabía nada del graffiti ni del futuro, pero sí sabía que no era quedarme sentado en aquella clase bajo ese sistema que me parecía un insulto a la inteligencia.
Fausto: Te confieso algo: a mí me echaron del colegio con 16 años. Bueno, no me echaron, me suspendieron todo.
Mi rabia fue muy fuerte. Al curso siguiente no solo aprobé ese curso entero, sino otro más, y me apunté a La Massana a estudiar pintura.
Por la mañana estudiaba lo que antes me habían boicoteado y por la tarde pintura. Eso me permitió, con el tiempo, conocer otro mundo.
Si me hubiera quedado en el estándar, como muchos compañeros, quizá en vez de emprender proyectos habría terminado como empleado sin más (con todo el respeto, pero hablo de inquietudes personales).
Nunca sabes si una cosa que parece muy negativa te está abriendo una puerta.
Gargufo: Yo también lo veo como una criba. Cada uno acaba donde tiene que acabar, de alguna manera.
A mí me encantaría un sistema educativo que entendiera que no todos los alumnos son iguales: si uno tiene talento o facilidad en algo, que lo reconozcan y lo impulsen.
Fausto: Eso sería lo suyo. No puedes machacar a alguien solo porque en matemáticas no saca sobresaliente, si tiene una vocación artística brutal que no se está cuidando.
Gargufo: Claro. Ellos premian memorizar, el orden, seguir instrucciones.
Tengo amigos considerados “fracasos escolares” que me parecen súper inteligentes. Y gente que sacaba buenas notas y ahora son universitarios, pero no necesariamente más interesantes.
No se trata de comparar quién vale más, sino de no desmerecer a quien tiene inquietudes distintas, como desmontar un aparato para ver qué tiene dentro. Eso también es inteligencia.
Fausto: Total, que te viniste a Barcelona. Explícanos qué pasó.
Gargufo: Yo estaba muy punk, muy revirado con la vida. No le veía sentido al “sistema”: probaba grados medios, y los dejaba; no terminaba nada. Mis padres estaban desquiciados y yo no hacía caso.
Dibujaba, pero no veía claro qué hacer con ello allí.
Estudié un curso en Santander, de ilustración, con una beca del gobierno de Cantabria. Estuve unos seis meses en un piso mientras hacía el curso.
Tenía dos profesores: uno más académico, de dibujo, con el que conectaba poco; y otro, Agustín, que estaba tan loco como yo, en el buen sentido. Era espontáneo, dibujaba de corazón, un artistazo.
A casi nadie le gustaba Agustín porque no les decía exactamente qué hacer, mientras que el otro marcaba ejercicios claros. Yo era al revés: con Agustín conecté muchísimo.
Hice buena relación con él. Y cuando acabó el curso, fue él quien le dijo a mi madre que me veía en Barcelona. Yo esto lo supe hace poco; mis padres son así, se guardan cosas importantes sin darle mucha pompa.
Como no tenía bachiller, no podía entrar al grado superior de Ilustración en Asturias, que era lo único que había. En Barcelona, en cambio, había grados medios de arte en la Llotja, escuela pública a la que sí podía acceder.
Mi madre lo vio, lo habló con mi padre y un día llegó y me dijo: “He visto esto en Barcelona”. Yo estaba con mis colegas a mis movidas, no pensaba en irme de Asturias ni nada.
Me dijo que lo habían hablado y que estaban de acuerdo en mandarme. Yo pensaba: “¿En serio me vais a mandar a estudiar a Barcelona?”.
Tenía un primo viviendo aquí, así que de primeras vine con él. Hice la prueba de acceso.
Fausto: ¿Te mandaron a ver si te arreglabas?
Gargufo: Más o menos. Todo fue muy “cosas de la vida”.
En la prueba de acceso me tocó dibujar una araña robot. Había un robot sencillo, muy años 50, y ponía “dibújalo como quieras”.
Yo pensé: “Ya está, esta es la mía”. Le metí patas con ametralladoras y movidas. Saqué un 9,5 o un 10 en la prueba y entré sin problema.
El primer año no encontré plaza en Revestimientos Murales porque llegué tarde con todos mis líos, así que entré en Madera.
Me sirvió para conocer a gente brutal. La Llotja era una escuela de arte de verdad.
Fausto: Y un entorno de gente con inquietudes.
Gargufo: Exacto. Yo nunca había visto algo así.
Venía de un instituto en Gijón donde el bachiller artístico era “el más fácil” para algunos, nada que ver con Llotja.
Allí éramos todos unos piezas, fumando en el patio, tocando la guitarra… y dibujando. Yo llegué y pensé: “Vaya pasada”.
Conocí a mi amigo Eric, que me abrió a un montón de gente.
Aunque estaba en Madera, a mí lo que me motiva es dibujar rápido, fluir. Y en Madera era: dibuja 15 veces, luego dos semanas a mazazos desbastando, si te pasas, te pasaste… Muy técnico.
Yo me empezaba a aburrir. Descubrí que tiraban muchas cosas a contenedores: maderas, restos… Las sacaba, me las llevaba al patio y me ponía allí a dibujar.
Entre cambio y cambio de clase, la gente salía al patio y yo siempre estaba dibujando, rodeado de gente. Iba a la escuela casi cuando me daba la gana, pero conocía a todo el mundo.
Un profe de Revestimientos Murales me dejó un hueco para pintar, vio lo que hacía y me dijo que me veía en su especialidad.
Mi propio profesor de Madera, que ya no entendía por qué casi no iba a clase, también me dijo que yo tenía que ir a Revestimientos Murales.
Ese primer año suspendí todo, pero había conocido las raves, el graffiti, gente increíble… Mi estilo estaba en ebullición, avanzando muchísimo.
Para mí eso valía más que las notas de un grado medio. Mis padres lo veían de otra manera, claro.
Fausto: ¿Cuánto tiempo estuviste en Barcelona en esa primera etapa?
Gargufo: Al final, unos seis años.
Pasé a Revestimientos Murales, me lo saqué, a mi manera, pero lo saqué. Me gradué, hice la expo final. Fui el único que llenó el muro entero e hizo una exposición con ello.
Fausto: Revestimiento mural… Solo tienes que ver, en Plaza Catedral de Barcelona, el edificio de Arquitectura. El revestimiento mural creo que es de Miró, un trazo sobre fondo.
Gargufo: Sí. Había técnicas que no llegué a aprender del todo porque iba a mi bola, pero el nivel era muy serio.
Fausto: ¿Tú preferirías ser el rotulador o el esgrafiado sobre un fondo de arenilla?
Gargufo: Yo he hecho esgrafiados, pero no es lo que más me llena.
Lo que más agradezco a algunos profesores, como José Manuel, es que en vez de pelearse conmigo, vieron que yo estaba trabajando un montón, aunque no fuese en lo que ellos marcaban exactamente.
Venía cada día con 15 dibujos nuevos. No hacía el ejercicio tal cual, pero producía muchísimo. En vez de enfadarse, se pusieron a mirar mi trabajo y a acompañarlo.
José Manuel me decía “destrípalo”. Mirábamos mis dibujos y me señalaba: “Aquí más luz, aquí más sombra…”. A veces decía: “Este está bien, no tengo nada que decir”.
Trabajábamos sobre mi propio lenguaje. No les supuso más tiempo que a los demás, simplemente adaptaron su conocimiento a lo que yo hacía.
Fausto: Eso es vocación: aplicar su conocimiento para darte opciones.
Gargufo: También tuve alguna pelea, ¿eh? Pero forma parte del camino.
Tuve otros profes de dibujo muy académicos, del estilo “todo lo que habéis aprendido hasta ahora no vale, el lápiz se coge así, se dibuja así”. Un enfoque muy clásico para copiar escultura romana, estudiar sombras y volúmenes.
No está fuera de lugar, entiendo que enseñen ese método, pero me molesta que ni se planteen otras formas, como dibujar desde la imaginación, con sistemas modulares como el mío.
Este profesor decía que dibujar es una penitencia, que para aprender hay que sufrir. Yo pensaba: “Si esto es lo que más amo, ¿cómo va a ser una penitencia?”.
Dibujar cuatro días seguidos pies puede ser una penitencia, sí. Pero a mí me gusta crear otros universos, y eso también vale.
Ahí chocábamos bastante.
Fausto: Son facetas.
Después de tu etapa en Barcelona, hemos vuelto a coincidir. Yo te conozco desde hace un año más o menos. Me llama la atención la rapidez de tu trazo, tu improvisación y tu visión.
He ido siguiéndote. Has hecho obras que hemos puesto en camisetas, como tu visión de Barcelona que tenemos ahí detrás. Yo te dije: “Oye, refleja cómo ves tú Barcelona”, y tú recogiste ciudad, skate, sesiones, botes, micros, trenes…
Y hace menos de una semana te dije: “¿Cómo ves tú las Tres Chimeneas de Sant Adrià?”. Y nos hiciste eso aquí mismo, en un momento.
Gargufo: A veces las cosas salen así.
Yo nunca he sido de dibujar naturalezas muertas; si dibujo las chimeneas, tengo que darles algo más.
Muchas veces me pongo y simplemente sale. Me gusta conservar esa magia: en la improvisación está la chicha. Te pones a hacerlo sin tenerlo todo pensado y, de repente, cuadra, tiene sentido.
Es como ponerse al servicio de lo que tiene que ser dibujado: tú eres el brazo ejecutor.
No me gusta sobrepensar demasiado. Si hago este dibujo, detrás vendrán cientos de miles más. ¿Para qué comerme tanto la cabeza? Dibuja y déjate llevar.
Fausto: En el mundo artístico siempre hay una preocupación: “¿Cómo voy a vivir de lo que me gusta, de mi arte?”.
Últimamente has dado el paso: has empezado tu propia línea de productos, buscas quién estampe, cómo hacerlo llegar a la gente, cómo dar a conocer tu obra, tu personalidad y tu estilo.
¿Cómo llevas esa faceta, que no es lo mismo que pintar?
Gargufo: Es otra cosa, sí. Pero, curiosamente, también está fluyendo de forma natural, un poco como el dibujo.
Primero hice unas láminas y las vendí. Luego camisetas, y vi que la gente las cogía. Piensas: “Si hago esto y funciona, igual monto una web”.
Todo va por pasos. Hasta que no haces el primero —sacar láminas, por ejemplo— no te enteras de nada.
Antes me costaba la idea de comercializar mi trabajo. Tenía una visión muy “anti” de vender, pero ahora lo veo diferente.
Si hago un trabajo que contribuye a la cultura con la que me identifico, y la gente que me compra comparte ideales, visión, sensibilidad… ¿Cuál es el problema?
Para mí lo que hago me representa; para ellos también. Y les gusta.
Fausto: Es decir: “Tengo algo que ofrecer, un producto real, no es solo para mí”.
Gargufo: Exacto. Muchas veces el artista acaba con la obra colgada en casa, sin que nadie la vea.
Con láminas, camisetas, formatos accesibles, la obra llega a más gente.
Luego está mi trabajo más personal, cuadros que hago en casa sin pensar en venderlos, solo porque los necesito hacer. Quizá algún día se vendan, pero no nacen con un fin comercial.
En cambio, hay otra parte que sí tiene que moverse, porque hay que comer.
Fausto: Hay que comer.
Gargufo: Sí. Yo quería cambiar el mundo y derribar el sistema, pero he ido viendo que el sistema está ahí y que mucha gente ni siquiera quiere cambiarlo.
Así que he bajado un poco el frente de la lucha. El sistema no lo voy a tumbar yo solo, pero sí puedo evitar que me conviertan en algo que no soy.
Para eso tengo que hacer lo mío, vivir a mi manera. Esa será mi victoria.
Quiero conseguirlo a mi manera, con mi proyecto. Me gusta pensar que hay gente que valora lo auténtico, lo hecho de corazón, lo real, en un mundo cada vez más artificial.
No necesito un público mainstream de millones; prefiero un grupo más pequeño pero auténtico, que valore la sinceridad del trabajo.
A esa gente me debo. Quiero darlo todo: estar ahí cada día, currarme las redes, que flipes conmigo y me acompañes en el camino.
Fausto: Dos preguntas.
Primero: ¿qué le dirías a alguien más joven que te descubre y se entusiasma con lo que haces?
Segundo: ¿quién te entusiasma a ti, quién es referente para ti, alguien que ya haya pasado etapas que tú estás viviendo ahora?
Gargufo: A quien empieza le diría que no escuche demasiado a los demás, porque te pueden desviar. Tienes que encontrar tu fuerza interior.
Que mire hacia dentro, no solo hacia fuera. Que piense qué quiere hacer, qué quiere proyectar y expresar.
Que no se limite a copiar a otros: “Hago esto porque lo hace tal o cual”. No. Pregúntate quién eres tú y qué tienes que decir.
Yo dibujo robots porque mi padre desmontaba aparatos, por ciertas pelis que vi, por todo un contexto. Cada uno tiene su historia. Hay que encontrar tu misión, tu camino, tu lenguaje, y tirar de ahí.
Y como referente, ya sabes a quién voy a decir: al maestro Zoen.
Para mí es de lo mejor que he visto nunca. Es un honor poder llamarle amigo.
Fausto: Te voy a decir algo: la historia se repite.
Zoen, en el año 96–97, vivió situaciones muy parecidas a las que has contado tú con el sistema educativo.
Aquí, en North Point, tuvo un espacio donde refugiarse un tiempo y hacer obra libre. Vinieron un par de profesores de un instituto cercano, al de Montalbán, a ver qué hacíamos aquí. Yo les dije: “Nada, aquí la gente tiene espacio para expresarse”.
De Zoen tenemos una pieza mural de hace unos 28 años en una de las paredes. He cambiado varias veces las paredes del local, pero siempre he respetado esa obra, más allá de la calidad artística, porque fui consciente de cómo estaba viviendo ese momento: su choque entre su vena artística y el sistema, igual que me pasó a mí, te ha pasado a ti y les ha pasado a otros.
Vamos a intentar que Zoen vuelva. Hace muchos años que no viene. Desde aquí le invitamos a estar con nosotros, a extender la conversación y que nos hable desde su experiencia madura.
En cada etapa de la vida tenemos una visión distinta. Aquí Gargufo nos ha explicado la suya ahora, pero Zoen, con veintipico años más, tiene otra.
Y detrás de ellos hay alguien de 15 que ahora mismo está sufriendo lo mismo. Seguro.
Gargufo: Y aquí estaremos con los brazos abiertos.
Fausto: Has dicho “aquí estaremos”, y esa es la idea de este podcast: estar aquí, extender el sentimiento de comunidad con el que North Point creció y sigue creciendo.
Dar a conocer vivencias y experiencias de personas del mundo de la cultura urbana en sentido amplio: no solo arte gráfico, también música, danza y muchas otras creatividades.
Encantado de tu visita.
Gargufo: Encantado yo, y muchas gracias por haberme traído.
Fausto: Sigue siendo tu casa, claro que sí.