North Point Cast; Entrevista #012 Skate
¿Sabías que en North Point también hacemos podcasts?
Sí, además de ropa, Pop Ups y movidas con la comunidad, también tenemos nuestro propio espacio donde hablamos con gente real que forma parte del universo NP. Artistas, riders, DJs, creativos… personas con historias auténticas y perspectivas que inspiran.
Aquí encontrarás las versiones redactadas de cada episodio: todo lo que se habló, sin perder el rollo ni los detalles.
Continuamos con el sexto capítulo con Roure, Sergi y Alex hablando de sus reflexiones acerca del skate.
Sergi:
«¡Qué asco!» Y entonces enseñó la tabla: «¿De quién es esta mierda?» Y dije: «No, es mía».
Algunas revistas americanas pasaban por todo tu grupo de amigos. Decíamos que era como una revista pornográfica, era como ir guardando tesoros.
También hubo una época en la que te decían: «Nosotros no buscamos skaters, buscamos militares que patinan». No habían tocado un monopatín en su vida y en cinco semanas teníamos que tener preparados a unos chavales para tirarse a un halfpipe de 3,80. No era muy compatible con la filosofía skater que teníamos cuando teníamos 13 años.
¿Quién te iba a aguantar once horas al día, de lunes a domingo, durante cinco semanas de entreno sin descanso, en verano?
En aquella época, además, había una confrontación en la calle entre el inline y el skate, que parecía que unos molestaban a los otros.
Hay fotos con mi hermano: yo con unos patines de lata, de los extensibles de Sanchezki, con el stick de hockey que me había hecho mi padre. Me lo había pintado igual que el stick de hockey de mi hermano. Mi hermano jugaba a hockey patines, y mi padre me había hecho un stick igual.
Tengo alguna foto en Arrange the Moon; claro, yo era un moco. Había una barandilla y yo llegaba al barrote de abajo. Pero yo ahí veía a mi hermano. Mi hermano no llevaba ni tabla ancha ni nada: llevaba un patín de madera maciza, pero estrecho. Y él nunca se metió en las rampas.
Yo lo recuerdo en la zona del slalom, que bajaba por ahí, además en una posición como bastante… torpe, tal como la recuerdo. Pero bueno, surfeando, ¿no? Sobre la tabla, deslizándose.
Digamos que mi hermano fue el que me enseñó el camino de muchos deportes: tanto el patinaje sobre hielo como muchas historias. Pero él nunca arraigó en ninguno hasta que encontró la bicicleta. En la bici sí llegó a ser semiprofesional y corrió bastante.
En lo que era patines, skate y todo esto, para él eran modas pasajeras. El baloncesto lo conocí gracias a mi hermano también, él fue el que me introdujo un poco en eso.
Y ahí, en Avenida Gaudí, como los… Yo también, desde Badalona, cuando íbamos a Avenida Gaudí, pensaba: «Ahí están los buenos». Eran los de la generación de mi hermano, que ahora tiene 60 años.
Y estaba Hulk también, Guille “Hulk” también, Cartiña, me acuerdo. Bueno, Cartiña aunque fuese de nuestra quinta. El Rufi, el Dani Greñas, toda la peña de la primera Santa Coloma. El Basta…
En Santa Coloma había mucho nivel, la verdad.
Con el Calle, por ejemplo.
Roure:
Sí, sí, sí, la VTGA me acuerdo también.
Sergi:
Exacto. Había gente muy buena. Con lo de Santa Coloma yo tenía mucha conexión por el tema de que era solo subir y bajar calle, y había gente con mucho nivel en comparación a Badalona, que todavía no… no habíamos avanzado tanto.
Éramos niños que íbamos con un monopatín y en Santa Coloma, pese a tener la misma edad, ya tenían referentes potentes y más nivel.
Fausto:
Antes de entrar en la segunda fase —cuando se empieza a generar una pequeña industria, se abren tiendas y empiezan a salir spots—, ¿vosotros cómo lo vivís?
¿Desde la rebeldía de «he encontrado por dónde encauzar mi rabia»?
¿Desde el «cómo mola lo que hacen aquellos, qué cabrones, quiero ser igual de guay»?
¿O son las dos cosas a la vez?
Roure:
Para mí fue un juego.
Yo ya lo he explicado antes: yo patinaba, iba a patinar con mis amigos. Mis amigos ya conocían la tienda de Free Sports, por ejemplo, conocían cosas así, y me decían:
«Tienes que venir con nosotros, vas a alucinar. Hay una tienda que en el suelo tiene un montón de tablas, vas a ver todas las marcas del mercado, vas a ver lo que es el skate de verdad».
Yo, en aquella época, me acuerdo que tenía una malla que me había comprado mi madre en El Corte Inglés. Le habíamos sacado el freno para intentar el ollie y poco más. Bajábamos, saltábamos escaleras levantando las ruedas de delante y tal.
Y me gustaba, pero era un deporte más: a mí me molaba mucho ir en bicicleta, hacer campana en el cole para irme a escalar a la Foixarda, a Montjuïc…
Cuando me presentaban un deporte, normalmente lo quería probar, lo quería experimentar, hasta que llegué al skate y, sin darme cuenta, me enganché.
A partir de que un día decidí ir con mis amigos a Free Sport, cambió todo. Yo creo que no teníamos dinero para comprar nada de lo que había ahí dentro, pero solo dar una vuelta por los pasillos que quedaban entre las tablas, verlas… te ibas a casa, como el niño que eras, alucinando y pensando: «En Navidad, a ver si puedo reunir el dinero para comprarme esa Eddie Reategui que he visto ahí», que nunca la tuve, pero con ella sí que soñé.
Era toda una experiencia. Conociste la ropa, la esencia y todo lo que había. Era un flipe.
Al final tú llegabas de donde fueses; yo ya estaba acostumbrado a pillar el metro desde muy jovencito porque mi abuela y la hermana de mi abuela vivían en el Born, al lado del Ayuntamiento de Barcelona. Desde muy pequeño estaba acostumbrado a coger el metro para ir allí.
Mi madre llamaba a la hermana de mi abuela, le decía «va para allá», y yo cogía el metro con diez añitos. Y ya me iba con mi patín.
Luego, una vez allí, saludabas, te comías un bocadillo en el Cancun esa y empezabas a hacer barrio. Me bajaba a la Barceloneta o me juntaba con los del Raval, que allí estaba el Samu y toda la peña de la Barceloneta, que había un montón de chavales que patinaban fuerte.
Uno que se convirtió en mito, al que le llaman Ojo Pollo, también lo conocí a muy temprana edad. Éramos muy jovencitos, él todavía no había empezado con las prácticas más ilícitas…
Éramos chavales de barrio, nos entendíamos, patinábamos, íbamos a saltar cosas…
Fausto:
¿Cómo vivíais los chicos de barrio el tema del skate en comparación con la gente que igual estaba en Turó Park o en la zona centro, en Free Sport, por ejemplo? Porque en alguna manera son dos percepciones distintas.
Roure:
Sí, eran dos mundos.
El skate antes tenía una llave, tenía mucha magia. Porque ahora estáis comentando que Sergi iba en autobús; yo también, desde bien pequeño, tenía que ir al colegio en metro y autobús.
Y me acuerdo perfectamente de la sensación de estar en el metro, mirando los zapatos de la gente, y ver a alguien con el zapato rascado por el lado y pensar: «Este patina». Entonces ya le mirabas, él te miraba a ti, se daba cuenta, y era como: ya sabíamos que los dos patinábamos.
Era como si fuerais amigos sin serlo. Pertenecías a algo.
Y creo que eso era importante: sentirte dentro de ese círculo. Todo el mundo que patinaba en aquel entonces… las relaciones de amistad eran más importantes.
No había tantos estímulos como ahora. Ahora los chavales tienen en el bolsillo un ordenador: redes sociales, internet, no sé qué… Tienen un exceso de información y estímulos que antes no existía.
Yo me acuerdo de la magia de esperar una revista o un vídeo.
«Va a salir el vídeo de H-Street, el de Plan B, el de Girl…». Y todo el mundo un año y medio, dos o tres años, los que hiciera falta, esperando que saliera el vídeo. Hasta que un amigo lo tuviera y todos fuéramos a su casa a verlo, o a una tienda de skate que tuviera la suerte de comprar el vídeo y proyectarlo.
Pasábamos horas y horas en tiendas de skate viendo vídeos y absorbiendo. Luego salías de la tienda como si te hubieran inyectado adrenalina, diciendo:
«Yo quiero probar esto, yo quiero probar lo otro».
Cada uno llevaba su película en la cabeza, te ibas al skatepark y a probar.
Sergi:
Eso, cuando conseguimos que hubiera skateparks.
Sí que es cierto que, al llegar a, por ejemplo, tiendas como Free Sport, Via Wagner —luego Skate Only—, para los que veníamos de barrio era un flipe.
Entrar en las galerías Via Wagner, para mí, era una realidad que no había conocido en mi barrio. Tenías dos cosas: «Voy a Barcelona, me atrevo a ir… y encima descubro un mundo que no existe donde yo vivo».
Para mí ir a Barcelona era algo natural; el tema era entrar en un sitio que, por mi clase, por donde había nacido, no había vivido.
Entré en la galería Via Wagner y flipé. Eran tiendas de otro nivel: sastres, comercios finos, y dentro una tienda de skate donde todos los chavales, pese a ir con toda la indumentaria skater, eran hijos de familias muy bien aposentadas.
Y luego estaban las cosas con sus precios. Yo preguntaba:
«¿Cuánto vale una camiseta?».
Me acuerdo que ya era mayorcito, no era tan niño. Y me decían: «Dos mil pesetas». Y yo pensaba: «Dos mil pesetas una camiseta… eso es una locura. Ni de coña».
En Free Sport, ver las tablas en el suelo… eso era fantasía: tablas y tablas y tablas. En tus sueños veías tablas, y allí estaban en el suelo. Seguramente eran las mismas durante meses, no habría tanta rotación, pero impactaba igual.
Y luego veías a todos los chavales, al Li en la puerta, a los del equipo… Para nosotros, aunque tuviesen solo dos o tres años más que tú, cuando tienes doce, uno con quince es mayor.
Y más en aquella época, que yo veía al Pasta y, si el Pasta decía algo, para mí era un adulto; igual que Li. Si te saludaban o no, hasta que generabas ese vínculo para sentirte parte.
Yo siempre he pensado que el patín era un salvoconducto: te abría la puerta.
Sí que es verdad que algunos podían crear más el rollo de «tú no eres de aquí» o frenarte, pero normalmente eso venía de la gente que menos patinaba, la que estaba más por dedicarse a meterse con la peña. Lo típico: quien menos hace es quien más habla.
Yo tengo una imagen que no se me ha olvidado nunca y la comento muchas veces.
En la tienda de Skate Only, tú entrabas en la tiendecita; al lado tenían como un almacén donde estaba la tele y toda la peña mirando vídeos en una tele chiquitita. En la entrada se dejaban todas las tablas de pie, una detrás de otra, amontonadas.
Tú dejabas tu tabla ahí.
Ese día habíamos ido, como tantas tardes, a la tienda a ver qué pasaba. Yo llevaba una tabla que me había prestado mi amigo Dani porque se me había roto la mía. Me dejó una tabla que no era de marca, no era buena: una tabla de estas chinas, una ROCKS de cadena de tienda deportiva.
Pero para mí era una tabla, y con eso podía seguir patinando. Le puse mis ejes, mis ruedas y tal.
Me acuerdo que uno fue a coger su patín, cogió mi tabla para apartarla, vio qué tabla era y gritó en voz alta:
«¡Qué asco!»
Y toda la gente de la tienda se giró.
«¿De quién es esta mierda?»
Y enseñó la tabla.
Y yo dije:
«Es mía».
Toda la gente me miró. Yo seguí a lo mío; me dio bastante igual, pero sí que me marcó.
Y ahora, cuando me lo encuentro o me encuentro a esta persona —que ya no patina—, yo para mis adentros pienso, o si estoy con alguien de confianza lo digo:
«Él me marcó. Y ahora pienso “qué asco”, pero sigo encima de un patín, y él ya no».
Fausto:
Ahora llegamos con Alex.
Cuando habéis mencionado ese momento de esperar que se editara un vídeo, que llegara a España, que alguien lo tuviera… con las revistas pasaba algo parecido, ¿no?
Yo con la música vivía lo mismo: llegaba lo que estabas esperando en ese momento y, cuando llegabas tú con el material, era un trofeo, una fiesta con los colegas.
Bueno, y tú, Alex: ¿cómo descubriste el mundo del skate? ¿Cuál es tu cronología?
Alex:
Yo voy a decir una cosa: yo no he vivido vuestra época, pero las historias me llegan al corazón y me hierven por la sangre como si la hubiera vivido.
Y eso es algo increíble. Me brillan los ojos al escucharos y al admiraros.
La diferencia entre vuestra generación y la mía es esta: vuestra generación aquí abajo y la mía aquí arriba, con todo servido.
Antes, para conseguir las cosas, tenías que picar piedra a full. Nosotros chasqueamos los dedos y lo tenemos todo: vídeos al momento, trucos al momento, zapatillas al momento.
Antes no había nada.
Al final, vosotros teníais un bosque virgen y un machete para abrir camino. Nosotros ya nos hemos encontrado el sendero, el mapa, incluso la valla de protección. Todo trabajado durante muchos años.
Pero la esencia del patín —ya no solo patín: bici, patines— es la misma.
Cuando entra el engorile, cuando entras en ese modo… da igual si hace 40 años o ahora. Cuando la energía es pura, es eso.
Sergi:
Yo te lo juro: yo la siento pura igual.
Y era pura diversión, la aventura de irte al Cocodrilo Llorón a patinar en la mini rampa, o irte al skatepark de Vilanova. Y el truco estaba dentro de la piscina.
Decías: «Te tienes que coger un tren que te lleva a Vilanova, bajar toda la rambla, llegar hasta el paseo… y allí hay unas rampas».
Yo ahora veo los vídeos de la época y digo… madre mía. Estaban hechas a parches, con baches, con lo que hubiera. Pero en aquellos momentos, como era lo único que había, a nadie se le pasaba por la cabeza cuestionar nada.
Aquello era puro engorile.
Tú solo veías engorile: veías un skatepark en Cataluña, veías un sitio donde podías jugar a darlo todo.
Veías un agujero de cemento en la mini de Marbella, por ejemplo —con el boquete aquel— y era lo mismo: jugar, crear, divertirte.
La de la Marbella la recuerdo llegar con la valla de obra puesta. El primer skatepark. El antiguo de la Marbella, con la extensión.
Veíamos la silueta del bowl desde fuera de la obra y no sabíamos qué profundidad tenía. Estábamos esperando a que se fuesen los trabajadores para saltar la valla y meternos a ver qué era aquello.
El half sí que lo veías; el bowl, no.
Llegamos al bowl y fue una bajada de ánimos.
Nosotros ya patinábamos en Vilassar, en Caruana Half, ya existía el de los Fosos de Granollers —que le llamábamos «los Fosos»— y ya habíamos patinado el de Platja d’Aro, que ya habíamos ido.
Al tener conexión con varios sitios, al final comparabas.
El de la Marbella me lo había imaginado de otra forma. Era pequeñito, pero muy divertido. Se le sacaron chispas muchos años, la verdad.
Pero claro, eso ya fue el 91. Ya hemos pasado de los 80 al momento en que empieza a aparecer industria, y las tiendas toman cuerpo.
Free Sport, Via Wagner… año 85-86.
Luego, de ahí hasta las Olimpiadas del 92, cuando pegó el tirón, aunque luego se paralizara un poco.
Justo antes del 92, hubo lo de Sant Jordi, el Palau Sant Jordi: el campeonato de la NSA. Antes de eso, la demo de Santa Cruz en el Palacio de Deportes, el «Palau dels Esports».
Jeff Kendall, Eric Dressen, el equipo de Santa Cruz, Natas Kaupas…
Antes de eso, cuando pusieron la rampa de hierro en la plaza Via Wagner.
Uff, aquello… Ahí vino Nicky Guerrero, tío. Parte del equipo Gordon & Smith de España, el Una y Barraca y toda esa peña.
Yo me acuerdo de esa exhibición, increíble. Yo de ahí ni tirarme. No, yo no me tiré, nunca me tiré.
Pusieron una rampa de hierro en la plaza Via Wagner —imagino que Raquel Hortas tuvo algo que ver, vio la luz— y se les ocurrió meter un halfpipe de hierro metálico, detrás de Catalunya Ràdio, entre edificios. Un tambor gigante, de tres metros o más.
Claro, los vecinos… trajeron a toda esa gente y montaron aquello.
Después de la exhibición, volvimos a los pocos días y ya había una cadena. Luego otra vez, aceite en la rampa. No duró mucho: retiraron el halfpipe rápido.
Entre el ruido del metal, que resonaba muchísimo, y el ambiente que se generaba —mucha gente joven, mucho jaleo—, los vecinos no estaban nada contentos.
Y aún así, nosotros íbamos. Veníamos de Badalona, venían de Hospitalet… de todos lados. Éramos muy jovencitos, no piensas que estás en medio de un anfiteatro haciendo ruido a todas horas.
Fausto:
Después de eso llega la necesidad, la demanda de pistas. Siempre va detrás, nunca por delante. Y en aquellos momentos, sobre todo.
Viene entonces el empezar a construir: las tiendas que tenían rampa, los bares que tenían mini, la Rampa Manifà, el Fest Sport… la primera rampa en Avenida Gaudí, y la rampa que tenían en la trastienda de la calle Córcega, entre Cartagena y Castillejos.
¿Y cómo viene entonces tu afición y tu predisposición a hacer pistas, a entrar en el mundo de la construcción y el diseño?
Sergi:
Mi padre es carpintero. Bueno, mi padre era carpintero.
En mi casa, el dinero que entraba era el sueldo de mi padre. No íbamos sobrados, pero tampoco nos faltaba de nada.
Desde muy pequeño, mi padre siempre me aconsejó una cosa. Yo le decía:
«Papá, quiero las zapas tal».
Y él me respondía:
«Vale, ¿y eso cuánto cuesta?».
Yo le decía: «9.000 pesetas».
Y él me soltaba su frase:
«Mira, unas zapatillas decentes —zapatillas de piel, no de plástico— valen tanto».
Y me marcaba una cantidad menor.
«Desde ahí hasta las que tú quieres, te vienes conmigo».
Mi padre trabajaba para anticuarios, restaurando muebles. Hacía carpintería, lacados, barnizados a muñequilla… Entonces yo me iba los sábados con él a lijar molduras, a ayudarle, a pasar muñequilla, barniz…
Con eso él me enseñó a generar mi dinero.
¿Qué pasó? Que a mí me gustaba más hacer eso que estudiar.
Con 16 años estaba en la FP, y no me gustaba lo que estaba haciendo. Decidí dejar de estudiar aquello.
Y todo ese mundo de la carpintería se mezcló con el patín.
Maderas que íbamos rampeando por el barrio, colegas con local —el Carlos “Chuli” tenía uno delante de casa y aquello se convirtió en nuestro almacén—… Allí nos hacíamos rampas, mejor o peor, pero en Badalona siempre hemos tenido pistas: un cajón, una barandilla, una rampa.
Siempre que podíamos, montábamos algo.
De ahí, a los planos. Eso tú, Fausto, lo habrás vivido muchos años después: de algo sembrado, muy casero, se acaba llegando a proyectos serios.
Llegamos a estar en una fábrica, la antigua fábrica de La Pier —que ahora es un trastero—. Aquello estaba abandonado.
El vigilante, un antiguo policía, era el que lo cuidaba. Un día nos pilló dentro y nos dijo que, si manteníamos aquello sin yonquis, nos dejaba estar.
Se lo estaba diciendo a un grupo de adolescentes cuyo mayor tendría 19 años, que era yo.
Aquello durante un tiempo fue más o menos bien, pero llegó un momento en que se fue de las manos: la gente se hacía sus fiestas, teníamos una nave de 500 metros cuadrados, un muelle de carga…
Teníamos un plano inclinado con bordillo, empezamos un halfpipe que se quedó a medias… Entró otro grupo de chavales, hicieron un fuego, se les fue de las manos y se quemó la mitad.
Ahí el hombre se vio en un compromiso y metió a un feriante. El feriante se encargó de que no volviéramos ninguno más.
Perdimos todas las rampas que teníamos dentro, y había un buen chorro de rampas. Aquello era un escape brutal.
Me acuerdo que venían el Guiños, el Hulk, Patrick… y flipaban:
«En Badalona, tío, ¿qué os pasa?».
Y era simplemente que al Frank y a mí nos molaba la carpintería y construir cosas.
Y eso fue derivando: de la carpintería a las rampas, de las rampas a los planos, de los planos a entender que todo eso podía ser un oficio.
Me daba mucho más que estudiar algo que no me motivaba. Me daba un sentido: estaba construyendo los espacios donde yo mismo quería patinar, y donde patinarían los que venían detrás.
Roure:
Y ahí es donde, sin darnos cuenta, empezó otra etapa: ya no solo patinar, sino diseñar cómo y dónde. Y eso, la verdad, ha cambiado la vida a mucha gente.
Porque los que crecimos con cuatro maderas mal clavadas ahora vemos a chavales en parks bien hechos, bien pensados, y dices: «Vale, esto viene de todo ese caos que acabas de explicar».
Alex:
Y los de mi generación llegamos, vemos “park bueno” y damos por hecho que siempre ha estado ahí.
Escuchándote, me doy cuenta de que cada cajón, cada bordillo y cada bowl tiene detrás horas de curro, de broncas con vecinos, de obras, de incendios, de negociaciones… y de gente como tú que ha metido las manos en la madera.
En mi cabeza se junta todo: el vídeo en el móvil, el spot perfecto y la historia que hay debajo. Y eso te obliga a respetarlo de otra manera.
Fausto:
Al final, lo que habéis ido contando los tres es una línea entera: desde el hermano que baja en slalom con patín de madera, a las revistas que pasan de mano en mano, las tiendas míticas, la tabla ROCKS de «qué asco», la rampa de hierro de Via Wagner, las naves okupadas, las primeras pistas… hasta llegar a que hoy haya parques diseñados por gente que ha vivido todo eso.
Y que, encima, lo contáis con la misma chispa que cuando teníais 15 años.
Eso, para mí, es la base de la cultura urbana: memoria, ingenio y ganas de compartir.
Os agradezco mucho que hayáis venido a contarlo, porque detrás de cada truco hay historias como estas, y a veces se olvidan.
Roure:
Gracias a ti por abrir este espacio, Fausto. A mí lo único que me gustaría que quedara claro es que, más allá de la industria, las olimpiadas o lo que toque ahora, el skate sigue siendo esa llave: te abre barrios, amistades, ciudades enteras. Eso no ha cambiado.
Sergi:
Y que, si alguien escucha esto y está empezando con una tabla prestada, con una ROCKS, con lo que sea… que sepa que eso también vale. Que no hace falta tenerlo todo “pro” para formar parte de esto. Lo importante es estar encima del patín y darle.
Alex:
Yo solo puedo decir que, después de escucharos, tengo todavía más ganas de seguir patinando… y de seguir preguntando historias. Porque si nosotros podemos hacer cosas hoy, es porque hubo gente abriendo camino antes.
Fausto:
Pues con eso lo dejamos aquí.
Que la gente siga patinando, construyendo spots, compartiendo anécdotas… y, sobre todo, cuidando esta manera tan particular que tenemos de entender la calle.
Nos vemos en el próximo North Point Cast.